Las bronceadas pailas se encuentran justo en el medio del escenario, llamando la atención por su dulce brillo, aguardando el momento de entrar en acción, de poder soltar toda la cadencia cuando las baquetas, sables de madera que sirven de telégrafo sonoro, hagan el necesario contacto con el metal y cuero del timbal para producir parte del ritmo.
Un, dos, tres….el director marca el compás y la banda arranca. Baquetas en mano, me incorporo al ritmo marcando la cáscara, buscando siempre estar en la clave, eterna regidora del sonido afrocubano que dicta con sus golpes el sentir de un tambor. Poco a poco, las parejas comienzan a desfilar hacia la pista de baile para destilar todas sus emociones, para comenzar e cortejo y poder mostrar los movimientos cadenciosos preparados o improvisados, pero cargados de sabor particular de cada cual.
Los bailadores comienzan a apretar cuando el mambo llega, y nosotros, músicos rumberos, vivimos un festín diferente al de las parejas que dibujan trazos con sus pies pincelados sobre la pista. Allí empieza lo bueno, la rumba nuestra, la descarga que nos eleva cuando se invocan los sonidos ancestrales que suelen surgir de una conga humeante y sonora, de un timbal afincado en la sazón de palmeras y aguas del caribe, de un bongó que, en contrapunto, ad limitum, responde llenando los espacios que pudiesen quedar vacíos.
Ahora sí, la hora de echar llega, el momento que más esperamos, el que más gozamos, donde se arma una rumba sobre la otra rumba que se lleva a cabo en aquel salón. La conga da inicio a la descarga festiva. Las manos del conguero se confunden con el cuero templado cada vez que lo golpean, como si el mismo espíritu de Chano Pozo surgiera en medio de las congas y tumbadoras para marcar el camino que la primera descarga ha de tomar, donde los sonidos se abrazan a la clave para hablar en un lenguaje mestizo. Un grito de “¡Bravo, conguero!” anima al responsable de los tambores mayores, logrando que sus manos multipliquen los tapados, palmas y abiertos contra el noble cuero. Mis baquetas mantienen el fuego encendido sobre la campana, llevando el ritmo. Propósito cumplido del conguero. Va uno de tres.
El turno le toca al bongosero, quien ya se ha despojado de su campana de mano para volver a la silla y repartir las encomiendas que tienen como destino el macho y la hembra del sonoro bongó. Sus manos vuelan de manera rasante sobre los pequeños tambores, soltando las ráfagas que se propagan por todo aquel espacio dispuesto para el goce. De menor duración que la primera, la segunda descarga cumple con su dosis de sabor. Luego, cerrará el timbal.
Tumba y bogó vuelven al ritmo, abriéndome el espacio para dejarme hacer lo mío. Es mi tuno, no puedo fallar. Disparo mis primeros baquetazos a la hembra de mis pailas, la más ruidosa, la que colorea los abanicos y avisa la entrada. Las figuran van saltando con cada contacto de las baquetas con el estirado parche. Sigo en clave. Las banderas del sabor ondean con cada sonido liberado, son mensajes que van escritos a través del aire que se corta con cada movimiento. Repiques ascendentes logran meterme en trance, no hay nada que pueda colocarme fuera de clave. Allí voy echando, afincado en la tradición, batallando contra el vértigo que transpiran mis manos, combinando baqueteos con redobles y acentos de lado y lado. Así transcurre, así se vive frente a las pailas en una descarga, con intensidad, con ritmo, de lo contrario, nada que ver.
La seña viene rauda, fin de la descarga. Hay que cerrar el tema. Los aplausos no esperan para hacerse presentes. Los responsables de la percusión nos miramos las caras y el gesto es de aprobación, más bien de satisfacción, diría yo. Nos damos la mano de manera cordial y grata, mientras el resto de la banda cambia los papeles de los atriles para el próximo tema..
A lo lejos, justo en la puerta, un par de siluetas humanas, misteriosas, con maracas y claves en sus manos hacen un gesto de aprobación con sus cabezas. Lentamente, como haciendo un cálculo de cada paso a dar, se van acercando hacia donde estamos prestos a seguir con la actuación. Al llegar a la tarima, una extraña sensación se fue apoderando de quienes ya los conocíamos. Sin embargo, todo volvió a la normalidad cuando escuchamos su petición:
-Helmanos Chang de anivelsalio. ¿Selá que nos dejan descalgal con ustedes?
Un, dos, tres….el director marca el compás y la banda arranca. Baquetas en mano, me incorporo al ritmo marcando la cáscara, buscando siempre estar en la clave, eterna regidora del sonido afrocubano que dicta con sus golpes el sentir de un tambor. Poco a poco, las parejas comienzan a desfilar hacia la pista de baile para destilar todas sus emociones, para comenzar e cortejo y poder mostrar los movimientos cadenciosos preparados o improvisados, pero cargados de sabor particular de cada cual.
Los bailadores comienzan a apretar cuando el mambo llega, y nosotros, músicos rumberos, vivimos un festín diferente al de las parejas que dibujan trazos con sus pies pincelados sobre la pista. Allí empieza lo bueno, la rumba nuestra, la descarga que nos eleva cuando se invocan los sonidos ancestrales que suelen surgir de una conga humeante y sonora, de un timbal afincado en la sazón de palmeras y aguas del caribe, de un bongó que, en contrapunto, ad limitum, responde llenando los espacios que pudiesen quedar vacíos.
Ahora sí, la hora de echar llega, el momento que más esperamos, el que más gozamos, donde se arma una rumba sobre la otra rumba que se lleva a cabo en aquel salón. La conga da inicio a la descarga festiva. Las manos del conguero se confunden con el cuero templado cada vez que lo golpean, como si el mismo espíritu de Chano Pozo surgiera en medio de las congas y tumbadoras para marcar el camino que la primera descarga ha de tomar, donde los sonidos se abrazan a la clave para hablar en un lenguaje mestizo. Un grito de “¡Bravo, conguero!” anima al responsable de los tambores mayores, logrando que sus manos multipliquen los tapados, palmas y abiertos contra el noble cuero. Mis baquetas mantienen el fuego encendido sobre la campana, llevando el ritmo. Propósito cumplido del conguero. Va uno de tres.
El turno le toca al bongosero, quien ya se ha despojado de su campana de mano para volver a la silla y repartir las encomiendas que tienen como destino el macho y la hembra del sonoro bongó. Sus manos vuelan de manera rasante sobre los pequeños tambores, soltando las ráfagas que se propagan por todo aquel espacio dispuesto para el goce. De menor duración que la primera, la segunda descarga cumple con su dosis de sabor. Luego, cerrará el timbal.
Tumba y bogó vuelven al ritmo, abriéndome el espacio para dejarme hacer lo mío. Es mi tuno, no puedo fallar. Disparo mis primeros baquetazos a la hembra de mis pailas, la más ruidosa, la que colorea los abanicos y avisa la entrada. Las figuran van saltando con cada contacto de las baquetas con el estirado parche. Sigo en clave. Las banderas del sabor ondean con cada sonido liberado, son mensajes que van escritos a través del aire que se corta con cada movimiento. Repiques ascendentes logran meterme en trance, no hay nada que pueda colocarme fuera de clave. Allí voy echando, afincado en la tradición, batallando contra el vértigo que transpiran mis manos, combinando baqueteos con redobles y acentos de lado y lado. Así transcurre, así se vive frente a las pailas en una descarga, con intensidad, con ritmo, de lo contrario, nada que ver.
La seña viene rauda, fin de la descarga. Hay que cerrar el tema. Los aplausos no esperan para hacerse presentes. Los responsables de la percusión nos miramos las caras y el gesto es de aprobación, más bien de satisfacción, diría yo. Nos damos la mano de manera cordial y grata, mientras el resto de la banda cambia los papeles de los atriles para el próximo tema..
A lo lejos, justo en la puerta, un par de siluetas humanas, misteriosas, con maracas y claves en sus manos hacen un gesto de aprobación con sus cabezas. Lentamente, como haciendo un cálculo de cada paso a dar, se van acercando hacia donde estamos prestos a seguir con la actuación. Al llegar a la tarima, una extraña sensación se fue apoderando de quienes ya los conocíamos. Sin embargo, todo volvió a la normalidad cuando escuchamos su petición:
-Helmanos Chang de anivelsalio. ¿Selá que nos dejan descalgal con ustedes?
1 comentario:
wow!! realmente se puede escuchar este post!
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