martes, 6 de febrero de 2007

UNA FIESTA PARA DINO

Lena Yau


Los Preparativos

Gallopolio Magnífico es el mejor organizador de fiestas. Da igual de qué fiesta se trate. Bautizos, Bodas, Comuniones, Quince Años, él esta siempre preparado, con las ideas más creativas, con los mejores contactos. Por eso es el encargado de eventos en la junta directiva de su club. Y una apuesta segura. Cada vez que hay elecciones para una nueva junta directiva, las planchas candidatas se lo disputan. Porque siempre gana aquella en la que esté Don Gallo.

Gallopolio cuadró bien las ruedas. Giró el volante a la derecha y retrocedió. Perfecto, pegado a la acera. Sonrió satisfecho. Se bajó del auto y buscó con la mirada. A unos metros se acercaba, con paso lento y cansado un chico. ¿Se lo cuido, musiú? Sí, dijo Gallopolio. ¿Se lo lavo?…No, está bien así. El chico le dio la espalda bostezando y Gallopolio siguió su camino.

La cita era a las diez en punto. Para Don Gallo todos los eventos que organizaba eran especiales. Pero esta vez se trataba de su consuegro y quería tener todo bien atado, que nada se le escapara de las manos, ningún imprevisto, ningún hilo suelto. Por eso pensó en Luigi Sterpellone. Tiene mucho prestigio. Un poco costoso, sí, pero valía la pena. Estaba seguro de que su consuegra estaría de acuerdo con la elección. Además, la familia no tenía problemas de presupuesto.

Luigi le sugirió el salón Nuvole. Tiene capacidad para doscientas personas y grandes ventanales con vistas al jardín y al lago. Aire acondicionado, diez baños, lámparas de araña, cortinas de terciopelo, alfombras persas. Sobrio y distinguido. A Gallo le pareció el salón adecuado. Luigi le explicó que no tenía que preocuparse por nada. Lo que hacía diferente a esta casa de otras es que ésta ofrecía todos los servicios. Y cuado dice todos se refiere a lo que hace falta para que tu evento sea como tú quieres que sea. Flores, catering, bebidas, música, maquilladores, estilistas, diseñadores, prensa, fotógrafos, invitados ilustres, actuaciones especiales, vigilantes, aparcacoches.

Gallopolio escogió las flores, liliums en colores variados con gipsófilas y la comida, ocho rondas de canapés variados y tres tipos de sopa: chupe, consomé y sancocho. Quiso ampliar la oferta gastronómica pero Luigi se lo desaconsejó. La experiencia le decía que la gente no suele comer sino beber. Por eso los canapés y (sobretodo) las sopas estarían bien. Gallo sabía que tenía razón pero le daba lástima. Para él la comida es el alma de la fiesta.

De los servicios ofrecidos contrató las bebidas (escocés de importación, ron, refrescos, agua y café), la música (un cuarteto de cuerdas, el quería un acordeonista, Luigi rechazó su idea), dos maquilladores, prensa regional y nacional, un invitado ilustre (Luigi dijo que era sorpresa), una actuación especial y aparcacoches. El dueño de la agencia le dijo que no olvidara contratar vigilantes, al menos dos, añadió. Gallo se preguntó para qué pero accedió sin titubeos, è bene, due guardie.

–Ah! Olvidábamos el recuerdo ¿quieres el catálogo?.

Gallo miró la variedad. Se concentró en la selección de jarrones. Todos eran hermosos. Muy a su pesar escogió el más clásico, blanco, de porcelana inglesa. Era lo único que había exigido su consuegra. Demasiado sobrio. A él le gustaba uno de cristal labrado y multicolor con tapa dorada.

Luigi le extendió la factura con el monto total. Sin adelanto. Sólo por ser tú.
Gallopolio leyó con detenimiento. Al terminar levantó la vista del papel, miró fijamente a Luigi y gritó:

-Ma… Luigi,…. ¿y el descuento?

El invitado ilustre

Filippo Fachetti deslizó los dedos sobre la seda. Sintió la suavidad y cerró los ojos para disfrutarla. Adoro esta corbata. La trayectoria de sus dedos se vio interrumpida cuando percibió algo áspero en la tela. Che cosa è questo? Acercó, alarmado, la corbata a sus ojos. En ella un hueco, muy pequeño, casi invisible. Quizá la chispa de un cigarro. Se pondría la corbata igual. No se notaba. El humor le cambió. Tenía que ser esa corbata, la que más le gustaba. Sintió rabia pero siguió vistiéndose.

La camisa blanca, perfectamente planchada, impecable. Usaría el traje azul marino. Es elegante y discreto. Lo sacó del armario. Brillaba de tanto uso. Por suerte con este contrato ganaría una buena cantidad de dinero. Eso le permitiría tapar algunos huecos, tal vez comprarse dos trajes y una corbata.

Recordó que antes no era así. Comprar un traje no era problema. Llegó a tener setenta, todos de diseñadores. Italianos, por supuesto. Los usaba un par de veces y luego los regalaba. Disfrutaba comprando. Trajes, corbatas, zapatos, relojes, coches, casas, yates, viñedos, cuadros. Podía permitirse cualquier capricho, cualquier lujo, nada estaba lejos de su alcance. Es lo que tiene ser una estrella. Y Filippo era eso, una estrella de fútbol, el capitán de la selección nacional. Fueron muchas las alegrías que le dio a su país. El público lo adoraba, era un ídolo para los niños, tanto que hicieron de él un personaje de los dibujos animados. Todo aquello que tuviera su nombre se vendía como pan caliente; camisas, bufandas, zapatos, pelotas, perfumes, libros, cereales. En los álbumes de cromos su barajita era siempre la más cotizada y la más difícil de conseguir. Tuvo dos programas de televisión y los paparazzi lo perseguían buscando desentrañar su vida privada. Filippo siempre fue muy cuidadoso. Vivió romances apasionados con actrices de moda (alguna casada), pin ups e incluso una escritora. Romances de los que nunca nadie supo.

Un día todo se acaba. Una lesión en la rodilla derecha frenó su carrera de golpe. No volvió a jugar. Su valor en el mercado fue bajando poco a poco. Al principio era invitado a tertulias televisivas y radiofónicas pero surgieron personajes más interesantes. El público quería conocer su vida privada y eso era algo con lo que él no pensaba comerciar. Pasó por uno que otro concurso, fue jurado en el Miss Universo y hasta sacó un disco pero todas sus iniciativas fracasaron. La gente le dio la espalda, lo olvidó. Tuvo que deshacerse de sus bienes poco a poco para pagar sus compromisos, para sobrevivir. Los famosos no tienen deudas hasta que dejan de serlo. Antes le extendían papeles en blanco para firmar autógrafos, ahora le extendían facturas. Superado por la situación decidió poner mar de por medio. Se fue de su país a otro para empezar de cero. De eso hacía treinta años y no se arrepentía. Mal que bien se ganaba la vida. Trabajaba como entrenador de fútbol infantil en un colegio y completaba sus ingresos atendiendo fiestas de renombre como invitado ilustre. Chequeó la hora en su falso Rolex. Se le hacía tarde.


La crónica

Diario La Galaxia
Jueves, 10 de Junio.


La animada despedida de Dino Crucce

Por Sacha Barazarte

Una vez más Luigi Sterpellone ha demostrado ser el rey de los saraos. Su desempeño profesional no deja lugar a dudas. Talento desbordado, buen gusto y maestría lo definen.

La ocasión fue la despedida de Don Dino Crucce, muy estimado y querido en nuestro país.

El salón Nuvole se vistió de gala para este evento. Más de doscientas personas asistieron. Hubo quien intentó entrar sin invitación pero los vigilantes actuaron silenciosa y efectivamente.

Marta Isabella de Crucce, (Eliana para los íntimos), brilló en su papel de anfitriona. Para tan señalada ocasión escogió un vestido negro en creppe de seda que favorecía mucho su ya de por sí espigada figura. Complementó su elegante sencillez con un maquillaje tenue (Eliana, cuéntanos tu secreto, chica, por ti no pasan los años!) y un peinado al natural.

La elegancia fue la nota que marcó la reunión. Entre los invitados lo más granado, la crema y nata de nuestra sociedad. (Aunque, chissssme, vi a G.P.H y a S.K.U, tan socialités ellas, guardando tequeños y tartaletas, dentro de sus maravillosas carteras de firma…! Fin de mundo, mana!).

Los señores Crucce dejaron correr botellas del mejor scotch, Royal Salute y ron de nuestro país, el mejor del mundo. Me dijo un pajarito que en el baño de damas había una extensión de la fiesta, animada por los chistes verdes de la Gata Fonseca, quien no soltó su “on the rocks, honey” ni para saludar a Dino.

El cuarteto de cuerdas tocó como los dioses. Le pregunté a Luiggi dónde había encontrado a instrumentistas tan virtuosos pero no soltó prenda (ay, Luigi, me la debes!), al oído me dijo “Cara, es secreto profesional”. La música que acompañó la velada sólo se detuvo cuando llegó Filippo Fachetti (¡qué fachetti! A su edad y cada día más guapo!) quien ignoró el murmullo que se hizo a su entrada y se dirigió con paso elástico a Marta Isabella para estamparle un beso en cada mejilla. Amo esa costumbre tan europea, sobretodo si los besos vienen de la boca de Filippo! Estaba impresionante, bronceado, en buena forma y con una sonrisa seductora. Me contaron que S.L.F y R.J.O de la P ofrecían un viaje a San Thomas a aquella que lograse llevárselo a la cama. Filippo se dedicó a contar historias que había compartido en la infancia junto a Dino. Toda una sorpresa saber que fue justamente Don Dino, su amigo del alma, quien animó y casi empujó a Filippo a ser futbolista. “Dino, no quiero que te vayas” dijo emocionado, mientras trataba de espantar al enjambre femenino que zumbaba a su alrededor.

De Don Dino qué puedo decir. Hombre apreciado y admirado donde los haya. Poseedor de eso que algunos llaman charm, buen padre, esposo y compañero, amigo de sus amigos hasta el final. Lucía con donaire un smoking de mohair con lana y a pesar de ostentar cierta rigidez parecía divertido, a punto de alzar la copa e invitar a un brindis. Una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.

Los invitados coincidían en comentar lo bien que se veía, “Hay que ver”, oí que decía la Beba Roncoso,”!qué artistas del maquillaje tiene Luigi! ¡Yo quiero los mismos para mí!”

Genio y figura, su gallardía y su donaire traspasaban.

A las seis de la mañana se hizo la despedida formal. Los invitados hicieron cola y uno a uno le dijeron, con palabras muy cariñosas, adiós. Marta Isabella acusaba algo de cansancio, pero como la gran dama que es, no demostró ni un ápice del mismo. Saludó, departió, besó, sonrió, y hasta algún traguito vi que se echaba (Eli…¿tú dizque no bebías? ¡Estás pillada, amiga!)

Cuando el último de la fila se despidió de Don Dino Crucce, cerraron el ataúd y se lo llevaron. El jefe de mesoneros pidió a los asistentes que permanecieran en la cola y donde estaba la caja mortuoria se colocó una mesa con tres marmitas llenas de sopas. La gente aplaudió entusiasmada. Luego, tal vez producto del estado etílico de algunos, comenzaron los codazos, y el “quítate tu pa´ponerme yo”. Pon comida y caña para que veas cuanto dura la clase, decía mi abuela Josefina.

Tres horas tardó Dino en volver al salón Nuvola. Cambió el smoking de mohair con lana por un jarrón de porcelana inglesa.

Very classy, of course! Como su fiesta de despedida!

Madrid, 4 de Febrero de 2007


http://milorillas.blogspot.com

4 comentarios:

La Gata Insomne dijo...

Viste
aquí estoy para el primer shot
qué maravilla, ya nos tienes acostumbrad@s.

me sentí como con Rolan Carreño y luego Six feet....

genial!!!

besos

Maria D. Torres dijo...

Lo que es la vida... máscara puesta hasta la muerte. Mira que necesitar a un invitado alquilado como que está más moderno que contratar lloronas!
Qué divertido!!

JENNY dijo...

Madre mía... hasta el final me tragué todo, pero era una fiesta funeral!! Vaya por Dios, te dedó de muerte! NUnca mejor dicho!!!

Me tardé en leerlo porque quería hacerlo con calmita y ha valido la pena!

Un abrazo!

JENNY dijo...

te quedó, perdón, no te "dedó"

Los dedos es donde no sé dónde se meten??