martes, 6 de febrero de 2007

BURLA EN LA CALLE BERNERS

Armando José Sequera



La calle Berners es una de las más tradicionales de Londres, la capital inglesa. Debe su nombre al político y noble John Bourchier, conocido como lord Berners, quien fue Canciller de Inglaterra y vivió entre 1469 y 1533.

Sin embargo, la razón por la que más se recuerda esta calle obedece a un episodio ocurrido en 1809, al que se conoce como la Burla de la Calle Berners.

Dicha Burla consistió en una de las bromas más terribles que se hayan hecho a alguien y tuvo como protagonistas a dos personas que, curiosamente, no se conocían entre sí, ni jamás llegaron a conocerse: una, el bromista, llamado Theodore Hook, y la otra, una anciana viuda de la que sólo hemos podido averiguar que se apellidaba Tottingham.


Una casa inolvidable
Cierto día de 1809, Theodore Hook iba caminando por la calle Berners, en compañía de un hombre de apellido Beazley.

Entonces, la Berners estaba constituida, como la mayoría de las calles londinenses de la época, por dos hileras de casas similares, que apenas se diferenciaban entre ellas por uno que otro detalle aportado por sus ocupantes.

Mientras caminaban, Hook advirtió que la casa marcada con el número 54 mostraba un descuido inusitado, como si quienes habitaban en ella jamás se hubiesen preocupado por reparar lo que se dañaba.

Beazley comentó que esa era una casa para olvidar y la frase despertó la imaginación de Hook quien, de inmediato, propuso una apuesta a su amigo.

La apuesta consistía en que él, Theodore Hook, haría que la casa número 54 de la calle Berners se convirtiera, tal como estaba, en el lugar más famoso de todo Londres. Dada la dificultad que ello representaba, Beazley no dudó en aceptar la apuesta.

En los días siguientes, Theodore Hook averiguó que quien ocupaba la casa número 54 de la calle Berners era una anciana viuda de apellido Tottingham. Además, se hizo con un documento firmado por la viuda y luego pasó muchas horas aprendiendo a imitar su firma.

Posteriormente, dedicó varias semanas a escribir más de mil cartas, cada una de ellas contentiva de una maliciosa petición, y a todas les estampó la apócrifa firma de la viuda Tottingham.


Broma en cantidades industriales
Una mañana, mientras Hook observaba desde una esquina próxima, una docena de deshollinadores se presentó a la misma hora en casa de la viuda Tottingham, anunciando que venían a limpiarle la chimenea. Como no había solicitado tal servicio y menos a varias personas al mismo tiempo, la viuda enfrentó un problema para el que no estaba preparada y, en cuestión de minutos, su frágil mundo pareció derrumbarse.

Los doce deshollinadores se fueron poniendo cada vez más furiosos y, aparte de mostrarse molestos con la viuda, comenzaron a insultarse y a retarse entre ellos.

Pero la broma apenas estaba comenzando y, quince minutos después de la llegada de los deshollinadores, se presentaron más de diez carretas repletas de carbón, cada uno de cuyos conductores decía traer la cantidad que se le había encargado del sólido combustible.

A partir de ese momento y con apenas cinco o diez minutos de diferencia, llegó todo tipo de transportes y personas, muchas de ellas llevando algún pedido. El primero fue un enorme carretón repleto de mesas, sillas y armarios, solicitados según una carta por la viuda Tottingham.

La pobre señora no atinaba a comprender lo que ocurría, ni encontraba cómo manifestar su honrada confusión, cuando en eso aparecieron varios carros cargados de toneles de cerveza y otro coche tirado por más de una docena de caballos, que portaba un gigantesco órgano de iglesia.

En la media hora siguiente, arribaron varias decenas más de carretas llevando cientos de sacos de papas, de vegetales diversos, de frutas y carnes de todo tipo, así como peluqueros, joyeros, dulceros, pasteleros, costureras, peleteros, ópticos e incluso dos médicos y un dentista, que pretendían examinar a la viuda y sanarla de las enfermedades que describía en las cartas que, supuestamente, les había enviado.

También llegó un coche fúnebre en busca del cuerpo de la dama que ya estaba al borde de la locura, dada la barahúnda que había en el interior y en las afueras de su casa.

A continuación, hicieron acto de presencia decenas de tenderos, todos con mercancías de muy diversa índole y procedencia que, según decían -esgrimiendo cartas firmadas por la viuda Tottingham-, habían sido solicitadas por ésta, aumentando con ello el escándalo que ya había atraído a cientos de curiosos.

Y debido, precisamente al alboroto que se había formado ante el número 54 de la calle Berners, la policía llegó al lugar.

Pero ocurrió que los cientos de comerciantes y trabajadores indignados que congestionaban la casa y los alrededores, hicieron que los esfuerzos de los agentes por restaurar el orden resultaran vanos.


Al exilio por bromista
Para colmo, en medio de la cada vez mayor algarabía, llegó el duque de York, comandante en jefe del ejército, para averiguar por qué había muerto uno de sus hombres frente a la casa número 54 de la calle Berners, según una carta que acababa de recibir, escrita y firmada por la viuda Tottingham.

Con apenas minutos de diferencia, también se presentaron al lugar el arzobispo de Canterbury, el juez mayor de Londres, el gobernador del Banco de Inglaterra y el alcalde de la ciudad. Fue este último quien, al ver lo que estaba ocurriendo, comprendió que se trataba de una gigantesca broma.

Al instante, solicitó refuerzos policiales y, cuando éstos arribaron, se calmaron los ánimos.

El alcalde recordó que, años atrás, él había sido víctima de una broma parecida a ésta, sólo que de mucha menor magnitud, y el responsable de la misma había sido Theodore Hook.

Éste, por su parte, no demoró en cobrarle la apuesta a su amigo Beazley y luego desapareció de Londres, donde no se supo de él durante muchos años, pues el alcalde ordenó que, al vérsele, se le arrestara.

Cuando Hook regresó a la capital inglesa, ya tanto la viuda Tottingham como el alcalde habían muerto y él era un anciano que, al visitar las tabernas vecinas, entretenía a los parroquianos con los relatos de sus bromas y burlas.


Del libro Funeral para una mosca. Colección Debate, Ramdom House Mondadori, Caracas, 2005. Publicado con autorización del autor.



http://caravasar-asequera.blogspot.com

1 comentario:

Bodocke MC. dijo...

Excelente post!

Un saludo desde el elaladelsombrero.blogspot.com