Hay tipos que creen que por duros tienen que ser adustos y de genio difícil. Es una estupidez, porque tal actitud termina por convertirlos en seres mal encarados a los que cualquier estímulo externo les molesta. Las mujeres suelen llamarlos aburridos.
Hay una chica muy alegre, de esas cuya alegría es contagiosa, a la que he visto por toda la ciudad en las situaciones más diversas, aunque nunca hemos sido presentados. Una vez la vi en una competencia de ciclismo, otra vez en una gasolinera recolectando dinero para una buena causa, hace algunos meses la oí carcajearse detrás de mí, ante una computadora, en un centro de chat por Internet.
Anoche se la señalé a Wil desde la barra apenas llegamos al Gran Metro. Le calculamos unos treinta años. Era alta y de piel canela, y lo más provocativo de su estampa eran los labios. Estaba con dos tipos en una de las mesas y hablaba animadamente con el más joven, el que parecía ser su pareja. Después, cuando pudimos verlo con detenimiento, descubrimos que era algo mayor de lo que habíamos calculado, sólo que lucía más joven porque era más delgado y vivaracho que el otro, un tipo algo corpulento y silencioso, completamente fuera de lugar.
En cierto momento ella se levantó de su silla y se fue al baño, paseando su exuberante humanidad por el lugar. Wil y yo aprovechamos para mirarla en detalle cuando pasó cerca de nosotros. Era una de esas hembras poderosas que llegan a un sitio y de inmediato se adueñan de las malas intenciones.
Poco después de que volviera a su mesa, el Panzer y los suyos empezaron a tocar. La chica se puso a interpretar apasionadamente una de las canciones del set, acompañada por su pareja, el flaco. Era una canción memorable y algo vieja, de los ochenta. El Panzer me señaló a la chica desde el escenario y yo le pedí con un gesto de la mano que siguiera tocando canciones de ese estilo. Fue un éxito.
A la tercera canción la chica y su novio le hacían el coro al Panzer, de lo más animados. Le hice notar a Wil cómo, en contraste, el corpulento no participaba de la acción. Para empezar, estaba sentado de espaldas al grupo; por otro lado, bostezaba teatralmente. Se notaba que estaba exagerando un fingido aburrimiento porque quería irse.
“Qué aguafiestas ese tipo”, me dijo Wil al cabo de un rato. Cada cierto tiempo la chica invitaba al corpulento a cantar con ellos, pero él se negaba y ella le hacía con la mano un ademán de menosprecio. El otro no se entrometía, pero cada vez que empezaba una canción celebraba con su chica la calidad del recuerdo. “Mira cómo se arrellana en su asiento”, le dije a Wil refiriéndome al corpulento. “Qué descortesía para con esa hembra”. Nos reímos de él sin ningún empacho.
Sé que llegué a mi deducción a través de asociaciones lógicas y algo de fantasía, pero en el momento me pareció poco menos que una revelación. Tomé a Wil por la manga y le dije: “El novio es el aburrido”. Wil, obviamente, no estuvo de acuerdo conmigo.
La chica estaba demasiado entusiasmada con el flaco, recordando los pasos de los ochenta y riendo a mandíbula batiente. A Wil le pareció una insensatez mi hallazgo.
Traté de argumentar. “Fíjate”, le dije, “el aburrido tiene la apariencia de ser un tipo resuelto, además de que con ese físico no tiene necesidad de aburrirse acompañando a una pareja, como correspondería más bien a un mequetrefe. Y realmente el mequetrefe es el otro, el flaco. Con tales muestras de aburrimiento y descontento, un tipo con esa pinta ya habría puesto su parte de la cuenta y se habría ido, o al menos qué sé yo, se habría sentado de frente al grupo y a la puerta para iniciar su propia cacería”.
Wil empezó a convencerse de que lo que yo decía tenía cierta lógica. Continué especulando. “La chica es la novia del aburrido y tienen ya algún tiempo juntos. Es por eso que él se permite la tontería de demostrar que está aburrido, pues por muy aguafiestas que sea, él se siente el propietario de la chica. El flaco es un viejo amigo que estaba de viaje o al que por otra circunstancia hacía tiempo no veían. Llegó hoy, se encontraron por casualidad y el aburrido, ostentoso, quiso que su chica y su amigo lo acompañaran a uno de los mejores sitios de la ciudad, un poco para pavonearse. Pero bastó que empezara la música y se hiciera necesario mostrar algo de alegría para que el aburrido decepcionara a la chica y el flaco pasara a ocupar el primer plano”.
No hizo falta demasiado tiempo para que los hechos corroboraran mis ideas. Cuando el flaco fue al baño, la chica hizo un último intento por animar a su novio. Tomó la mano hasta el corpulento y le dijo algunas cosas en ese exquisito tono alegremente suplicante que una hembra esgrime para seducir y lograr sus metas. El aburrido no cesaba de hacer gestos de aburrimiento, incluso cuando el flaco volvió a sentarse. Ella hizo a su vez un gesto de resignación y le soltó la mano.
“El aburrido es el novio”, repetía Wil en un ataque de risa. “Y un imbécil”, le dije. “Debe de haber sido enseñado desde pequeño a demostrar que es un macho, pero tiene la idea errada de que ser macho le impide gustar de la música, la alegría. Sentarse de espaldas al grupo, menospreciar la alegría de su chica y de su amigo, hasta la forma como alarga las piernas por debajo de la mesa son señales mediante las cuales indica que la alegría es una cosa sosa de la que su carácter de macho no le permite participar”.
El momento cumbre de la noche vino cuando el aburrido fue al baño. El flaco se hizo el desentendido y miraba al grupo del Panzer como queriendo escapar de la tentación. La chica siguió con la mirada al aburrido —yo diría que con rabia, con desprecio— hasta que desapareció tras la puerta del baño. Entonces tomó al flaco por el brazo y le dirigió algunas palabras en las cuales adivinamos le estaba pidiendo opinión sobre la estulticia de su novio. El flaco declinó hacer comentarios y siguió dándose palmaditas en la pierna al compás de la música.
Entonces la mujer hizo un gesto de cansancio y le dijo al flaco algo definitivo. En ese momento Wil me miró incrédulo; mis cejas ya estaban arqueadas de la impresión. Wil me preguntó si yo creía que ella había dicho lo que él creía que en efecto había dicho. “Le dijo Vámonos”, respondí poco a poco, aún sorprendido. “Va a dejar al novio”. “Bien hecho”, me dijo Wil, y yo me mostré de acuerdo.
Todo escrúpulos, el flaco hacía constantemente con la cabeza un ademán negativo y parecía reprochar la audacia de la chica. “Pobrecita”, le dije a Wil. “Ahora le va a costar divertirse”. Me equivoqué. En cuanto llegó el novio, ella empezó a actuar de manera cada vez más descarada. Creo que la negativa del flaco a hacerse con tamaño trofeo terminó de desquiciarla e hizo que los tragos le estallaran en el medio del cerebro.
Un mesonero los conminó a irse cuando ella se levantó bailando y empezó a bajar la cremallera de su pantalón, ante los esfuerzos divertidos del flaco por hacer que se sentara y la mirada atónita del aburrido novio, a quien no le quedó más remedio que pedir la cuenta para salir, al fin, de la que supongo fue una de las noches más bochornosas de su vida.
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martes, 6 de febrero de 2007
VÁMONOS
Jorge Gómez Jiménez
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