Enrique Enriquez
NOTA: La primera vez que oí hablar del blog de los hermanos Chang me vinieron a la mente Chang y Eng, los hermanos pegados por el torso que dieron origen al término "siamés." Hasta aquel momento, ser siamés significaba simplemente venir de Siam; pero desde que Chang y Eng salieron a relucir, ser siamés significa tener a un hermano pegado al cuerpo. Curiosamente, esta malformación congénita ha durado más que el país. Hoy en día Siam no se llama Siam, pero siguen naciendo gemelos siameses que ahora son separados en operaciones quirúrgicas riesgosísimas y perfectas para las noticias de la tarde. En la época de Chang y Eng, los siameses eran inseparables. También eran, claro está, buen negocio. Chan y Eng vivieron de ser Chang y Eng, se casaron, tuvieron infinidad de hijos, hicieron fama y fortuna. Uno llega a extrañar esa época en que el entretenimiento estaba lleno de freaks de verdad, en lugar de estar repleta de fenómenos morales, como la de ahora. (Todo esto que acabo de decirles no tiene que ver con nada; pero he pasado años colectando información circense que no hallo dónde meter, y por eso debo aprovechar cada oportunidad que se me presenta para dejar una imagen aquí, otra allá...) Lo segundo que pensé, cuando oí hablar de este proyecto, fue en este cuentecito que decidí enviar como mi contribución para el número aniversario. Como no lo había enviado antes, lo envío ahora. Léanlo, por favor, dándole a Raúl y Saúl, los personajes del cuento, los rostros de nuestros hermanos Chang. Verán que eso hace el final del cuento más interesante.
NOTA: La primera vez que oí hablar del blog de los hermanos Chang me vinieron a la mente Chang y Eng, los hermanos pegados por el torso que dieron origen al término "siamés." Hasta aquel momento, ser siamés significaba simplemente venir de Siam; pero desde que Chang y Eng salieron a relucir, ser siamés significa tener a un hermano pegado al cuerpo. Curiosamente, esta malformación congénita ha durado más que el país. Hoy en día Siam no se llama Siam, pero siguen naciendo gemelos siameses que ahora son separados en operaciones quirúrgicas riesgosísimas y perfectas para las noticias de la tarde. En la época de Chang y Eng, los siameses eran inseparables. También eran, claro está, buen negocio. Chan y Eng vivieron de ser Chang y Eng, se casaron, tuvieron infinidad de hijos, hicieron fama y fortuna. Uno llega a extrañar esa época en que el entretenimiento estaba lleno de freaks de verdad, en lugar de estar repleta de fenómenos morales, como la de ahora. (Todo esto que acabo de decirles no tiene que ver con nada; pero he pasado años colectando información circense que no hallo dónde meter, y por eso debo aprovechar cada oportunidad que se me presenta para dejar una imagen aquí, otra allá...) Lo segundo que pensé, cuando oí hablar de este proyecto, fue en este cuentecito que decidí enviar como mi contribución para el número aniversario. Como no lo había enviado antes, lo envío ahora. Léanlo, por favor, dándole a Raúl y Saúl, los personajes del cuento, los rostros de nuestros hermanos Chang. Verán que eso hace el final del cuento más interesante.
Aquí vamos...
El hombre que decide, por vocación, altruismo o apenas simple arrogancia, dedicar su vida a producir algo maravilloso que obre en beneficio de la humanidad, se convierte automáticamente en enemigo de sus contemporáneos. La raza humana evoluciona en contra de su voluntad, cuando en algún descuido del consenso se cuela una idea novedosa, y la gente no tanto la acepta como que se acostumbra a vivir con ella.
Quien tiene éxito tiene razón. Si aún está con vida para encarar su triunfo, verá como sus logros lo protegen de la envidia ajena. Por eso los que fracasan deben escabullirse nada más sentir la derrota, pues saben que les espera un castigo doble: el que resulta de su propia incompetencia y el ajuste de cuentas que correspondía al triunfador. Así es el ser humano: nadie se entristece porque una aspiración fracase. Nadie perdona un favor.
Para todos era claro que Raúl y Saúl, hermanos siameses unidos por el esternón, tenían futuro en el circo. Lo que nadie aceptaba era su afán por destacarse como domadores de fieras salvajes en lugar de simplemente ser fenómenos. Aún así, todos esperaban su debut con emoción.
Meter la cabeza dentro de las fauces de un león conlleva ciertos sustos, pero Raúl y Saúl habían practicado con ahínco. Aprendieron a ignorar el aliento fétido de estos felinos, producto de su dieta carnívora, que dejaría lívido al más pintado. También tenían cuidado de seguir el consejo de su maestro, el gran Tomaselli, de no abrir nunca demasiado los ojos dentro de la boca del animal. "Si tienes lentes de contacto se te pueden caer" -decía. Por último, se ejercitaban a diario con pesas y mancuernas, para tener brazos resistentes y capaces de mantener descoyuntadas las tremendas fauces del gato africano. Todo estaba previsto, pensado y ensayado, con excepción de una cosa: qué cabeza meterían.
Ni Raúl ni Saúl habían hablado de ese tema, dando por descontado cada uno que sería su cabeza la que visitaría el paladar del león. Cada uno quería afrontar la gloria de poner en peligro su vida en el debut, sin pensar siquiera que el otro tuviese la misma intención. La inesperada discusión tuvo lugar segundos antes de que las luces de la arena central del circo se encendieran y el jefe de pista pusiera al público al tanto de la proeza que verían sus ojos. Un leve comentario de Saúl fue el detonante:
-Cuando meta la cabeza en la boca del león, echa la tuya hacia atrás para que se vea bien mi cuello y nadie vaya a pensar que hay truco.
-¿Cuando METAS la cabeza? Pensé que quien metería su cabeza sería yo -dijo Raúl.
-No entiendo, ¿tu cabeza? ¿Para qué querría la gente ver metida tu cabeza en las fauces del león? Obviamente el público pagó por ver metida MI cabeza.
-¿Qué tiene tu cabeza que no tenga la mía? Aparte de caspa, claro...
Todavía discutían cuando la luz calurosa del reflector se posó sobre ellos. Frente a las mandíbulas abiertas del león, cada uno invocaba su derecho a meter la cabeza: por ser el mayor... por ser el menor... por tener el hígado más de acá que de allá... por las veces que éste se hizo el dormido mientras el otro se citaba con la contorsionista... Entre tanto, el público atónito contemplaba la escena.
-No puedes meter tu cabeza ¡tienes las orejas peludas!
-¡Si tú inclinas tu cabeza se notará a leguas que estás calvo en la coronilla!
-¡Tu lado del cuello de la camisa está más sucio que el mío!
-¡A mi me toca siempre lavar los platos!
Nadie rompió el silencio, nadie emitió un sonido. Todo el mundo pensaba que aquel tozudo forcejeo cabeza a cabeza era parte de la rutina ensayada. De pronto, alguna dama propensa a la histeria acompañó con un grito el resbalón de la mano de Raúl, mano que soltó sin querer la quijada monstruosa de la fiera carnívora, que en minutos clausuró de un mordisco aquella pugna filial tragándose de un golpe media parte en disputa. El león se tragó a Raúl. Cuando lograron reducirlo y meterlo a la jaula, sólo quedaba exhausto medio hermano: Saúl, que separado y sangrante inauguraba en mal momento su condición de individuo.
Cualquiera pensaría que aquel león salvaje había zanjado la pelea de forma salomónica. Que despegado de su hermano, Saúl no tendría competencia al momento de probar su coraje domando fieras. Extrañamente no fue así. Para un siamés tener sólo una cabeza, dos manos y dos piernas hace que la vida no tenga sentido. Saúl dejó aquel circo, desistió de la fama y estudió medicina en la universidad. Hoy se gana la vida atajando con abortos el más leve síntoma de malformación congénita.
http://blog.myspace.com/enriqueenriquez
1 comentario:
excelente amigo enriquez su facilidad para los cuentos es proverbial
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