martes, 6 de febrero de 2007

UN CORAZÓN ROTO EN NAVIDAD

Salvador Fleján



Detesto a la gente que odia la navidad. A mí, por mi parte, me encanta: el arbolito de plástico (nevado), el ponche crema, bailar gaitas con gorditas en el Poliedro. Se trata de un ritual que cumplo año tras año y que me hace inmensamente feliz. Sin embargo, hay personas que piensan distinto. Dicen que las navidades son pavosas, que hay que estar obligadamente contento y que, por otra parte, es un mes en el que se muere mucha gente.

Esto último puede que sea cierto, aunque dudo mucho de que la festividad tenga la culpa. O tal vez sí, ahora que lo pienso mejor.

Un 24 de diciembre me invitaron a una cena en Oripoto. La abuelita de la casa también cumplía año ese día y la celebración era doble. La viejita rondaba los 84 años y exhibía una acerada vitalidad. Una Úrsula Iguarán de peinado carísimo. La familia había preparado una fiesta de fábula para homenajear a la octogenaria.

Contrataron hasta a un chef de esos que hacen hallacas “deconstruidas” para la cena. Además había mariachis, DJ con música de Billos, mesoneros gay (que están de moda) y hasta Betulio Medina se presentó con un cuatro a las diez de la noche cantando Navidad sin ti.

Pero la nochebuena aún depararía más sorpresas.

La doña tenía un nieto favorito que vivía en Boston y al que tenía años sin ver. La familia, en una jugada maestra, había logrado traer al nieto (un gordo cuarentón que guardaba un parecido alarmante con el conductor de “La Hojilla”) y se lo tenían reservado para la medianoche.

A las doce en punto la cosa estaba sabrosa. La abuelita se había tomado dos Margaritas que la animaron a mostrar sus destrezas en la guaracha y el pasodoble. Los cómplices de la “gran sorpresa” se miraban con caras anhelantes. Al parecer el nieto tenía fama de embarcador. Sin embargo, el timbre sonó puntual.

El nieto en un alarde de creatividad le había puesto un plus a la sorpresa. Se presentó disfrazado de Santa Claus y con media botella de Etiqueta Negra entre pecho y espalda. Se golpeaba la barriga como si fuera King Kong y gritaba “Jo, Jo” en una lengua exótica.

La señora en un primer momento no lograba entender aquello. A medida que el nieto se aproximaba a la abuela, éste iba despojándose de algunos aditamentos del disfraz.

Cuando finalmente se quitó la falsa barba, la señora sólo alcanzó a decir ¡Gustavito!

Rescarven llegó como a la media hora. En el ínterin, hubo vasos de agua con azúcar, alguien clamaba por un “tilito”. Pero la cosa había sido fulminante.

Cuando hubo pasado todo y yo estaba por irme, el nieto “Santa” me agarró por un brazo y me llevó a un rincón. Con ojos llorosos y aliento a trementina, me dijo:

–Viejo, y pensar que me dijeron que si no venía le rompería el corazón a la vieja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanta tu relato. el sobrino medio rascado disfrazado de santa es maravilloso. de vez en cuando, regreso y lo vuelvo a leer porque el final siempre me da una especie de risa macabra.