martes, 6 de febrero de 2007

MEJOR CHINO CONOCIDO QUE CHINO POR CONOCER

Clavel Rangel



No era para menos. Una galleta de la fortuna me traería la invitación para la fiesta anual de los hermanos Chang, las cuales se recibían con sorpresa y en el más absoluto misterio mientras comías en el Fung Chang de la transversal de Petare. Entonces uno moría de alegría, de susto y callado para evitar problemas con la mafia - la otra mafia -. Y es que las fiestas en la cofradía Chang eran como una especie de secreto de Estado en la cual se celebraba bajo tierra el quiebre de uno que otro japonecito sifrino o de un caraqueño con rial.

Hace años había soñado con ese día. Mi misión: conquistar a Feng Shui Chang, el mayor de la dinastía y próximo heredero de una cadena sucesiva de estafas. Shuito, como le decían por cariño, se parecía a Jackie Chang – primo de la familia – pero más joven y más viril. Las tendencias postmodernas habían influencia el punto fuerte del linaje y victima de la tendencia, el metrosexual macho sería Feng Shui Chang.

Debí apostarle y enfrentarme a todo. Me compré el mejor vestido del Cementerio – populoso mercado -. Un rojo sangre adornaba la figura, una abertura a media pierna tornearía el muslo derecho y el ruedo del vestido acariciaría los tobillos, los tobillos que fácilmente se habían acomodado en par de sandalias de 10 cm de alto. El famoso Feng Shui debía ser mío.

Era un jueves de principios de febrero, un jueves silente como los días en los que se intuía que los Chang tenían parranda asesina. Llegar al sitio no fue fácil. La dirección te la hacían llegar el mismo día en un sobre rojo amordazado con cinta negra. Un pequeño croquis - casi en chino - era la pista para descubrir el lugar donde se anidaban los hermanos en tremenda casona. Celebraban la Fiesta de la Primavera, origen que se remonta a la dinastía Shang - la otra dinastía Chang -.

Dos faroles rojos me recibieron en la entrada, y todo era “fu” por doquier. Rápidamente localicé mi objetivo, el heredero de las galletas de la fortuna del más viejo de los Chang se encontraba junto a la fuente, cerca de la mesa de los tequeños y las bolitas de carne. Allí estaba, meneando su trago en las rocas al ritmo que el meñique alzado le indicara. Y en su boca un desfile de palillos victimas del buen apetito de Shuito. Localizado el objetivo, abrí pasó entre los sudorosos chinos.

La competencia era ardua para conquistarlos, los Chang eran ordinarios pero malos - muy malos – y también terriblemente adinerados. Así que hasta la hermanita quería ligarse al hermano, ya que según la tradición Chang las mujeres no tendrían acceso ni a una sola galleta de la fortuna. Comenzada la fiesta, reggaeton en cornetas, un juego de balas puso son a la noche apareciendo Trapito alsol y Pata e’ palo reclamando lo suyo. Sí, lo suyo. Los susodichos eran empleados de los Chang. Mesoneros en el negocio y matones de rutina. Pronto se desató la balacera y unos cuantos chinitos quedaron fríos en la plancha.

Armado el zafarrancho- tradición en la compañía - sillas, mesas, copas, faroles, galletas de la fortuna volaban estrellándose entre las balas, mujeres arriba, pantaletas en rodillas, puertas abajo, se desplomó la mafía con la que se descubrió un arsenal de vaselina. Detrás de la gran puerta furama se encontraba el clandestino negocio de los chang. En el centro, justo en la tarima, una gigantografía vendía a la odalisca china con manzana de adán. El negocio, prometedor ciertamente, era el Prostíbulo de los Hermanos Chang. Y Feng Shui la bailarina más cotizada de toda la dinastía.


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